Hoy entré a la sala de rehabilitación de Can Misses con mi nariz roja bien puesta y mi maleta llena de chorradas. Como siempre, buscaba a nuestra pequeña guerrera, esa niña de ojos despiertos que nos esperaba en la misma camilla. Pero hoy su camilla estaba vacía.

Giré la cabeza y la vi. De pie. Caminando por el pasillo.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, de esas que traen arcoíris después de la tormenta. Avancé con el corazón a punto de estallar de alegría, mientras ella sonreía con orgullo. La terapeuta y sus padres la miraban con la misma emoción: después de tanto esfuerzo, lo estaba logrando.

Nosotros, con nuestras bromas, canciones desafinadas y juegos tontos, habíamos sido parte de su camino. La vimos caer, levantarse y ahora… la veíamos volar.

Hoy entendí que la risa y la perseverancia pueden hacer magia. Y que cada paso suyo fue también un regalo para nosotros.

Doctora Pastilla

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