Pepe «Buenasuerte» y su padre Tom paseaban por el hospital de Albuquerque (Nuevo México, Pepe Buenasuerte iba en silla de ruedas, pero era el vaquero más valeroso del desierto de Arizona. Su padre, ya viejo, había sido un caza-tesoros en su juventud, de él se contaban grandes historias y era un hombre muy respetado.
Aquel día el paseo era largo y duro, hacia sol, las chicharras cantaban y los salicones del desierto rodaban a su alrededor, nadie más que ellos cruzaban la arenosa zona que los llevaba a casa tras una larga mañana de trabajo, a penas alguna lagartija correteaba cerca dejando unas pequeñas huellas en forma de estrella.
Cuando el calor parecía estar a punto de acabar con la energía del viejo Tom, empujando a Pepe «Buenasuerte» en su silla cromada y las gotas de sudor brillaban en su frente, dos personajes estrambóticos aparecieron tras unas matas estepicursoras y empezaron a cantar una canción. En aquel momento los ojos de Pepe se iluminaron como brillantes recién sacados de un mina y desempolvados de su barro, parecía recordar todos los buenos momentos de una infancia inolvidable, aportándole energía y un poder especial que salvaría su día. Su padre, se sumó a la ilusión olvidando el calor y los rayos del sol aplastándole sus hombros gastados.
Agradecido y satisfecho quiso regalar un poco de suerte a los dos personajes con unas fichas del casino Cactus-House, se trataba de un sorteo diario de mermeladas y compotas hechas por la Señora Maplelthorpe y unos panes de hogaza enormes. Los dos personajes se negaron en un principio a aceptar el regalo, pero el hombre insistió tanto que finalmente aceptaron y desaparecieron entre las dunas. Al atardecer los dos personajes asistieron Cactus-House a las 19h en punto, la hora del sorteo, inmersos en su ilusión y esperanza.
-¡En pocos minutos podemos ser dueños de unos buenos panes y sus respectivos dulces! – Exclamó uno de los personajes.
Al realizarse el sorteo, los números anunciados pertenecían a la Familia Pickerton, una familia humilde y numerosa que vivia no muy lejos de allí y que desafortunadamente no ganaba mucho dinero.
-¡Claro! Exclamó el otro personaje – ¡Que tontos hemos sido!, no ves que la suerte ya nos ha saludado. -¿Cuándo? – Pregunto el otro.
-¡Esta misma mañana!, ¿no lo recuerdas? En los brillantes de los ojos de Pepe «Buenasuerte», en esa mirada y en la de su padre.
-Tienes razón amigo, vayamos a casa descansar, mañana no espera un día de trabajo.
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