Hola, soy Sion Camilla, y hoy voy a contaros una escena absolutamente trascendental… de esas que dejan huella profunda: no hacer nada.
El trabajo dignifica.
El ocio dignifica.
El descanso dignifica.
Tener amistades dignifica.
Ser buena persona dignifica.
Pero… un buen sofá, para un payaso de hospital… ¡hiper-dignifica!
Todo ocurrió una tarde, después de una mañana intensísima de visitas por el hospital: risas, canciones, equilibrios imposibles y situaciones que solo Dios y el personal sanitario podrían explicar con precisión. Estábamos agotados. Bueno, yo… y Pildorín Anestesio Positorio, mi inseparable compañero de carcajadas y desastres gloriosos.
De repente, allí, en un rincón cerca del pasillo de pediatría, un sofá. Un sofá maravilloso. Antiguo, con cojines blandos, algo deshilachado, pero que te llamaba:
«Sion… Pildorín… venid, dignificadme.»
Y nosotros, obedientes, nos dejamos caer como dos trapos felices.
En silencio. Solo se oía la respiración profunda de Pildorín y el leve crujido de mis rodillas al estirarme.
—Pildorín —le dije, mirando al techo— ¿tú crees que esto, este preciso acto de no hacer nada, también dignifica?
—Claro que sí, Sion. Si es sobre un sofá, con narices rojas y después de repartir alegría… esto es como una condecoración invisible.
Asentí. Tenía toda la razón. En ese momento, la inactividad era pura sabiduría.
Pasaban médicos, enfermeras, pacientes, auxiliares… nadie decía nada. Solo alguna sonrisa suave y miradas cómplices. Sabían que habíamos hecho un buen trabajo.
Así que sí, hoy quiero reivindicar el noble arte de no hacer nada, cuando toca.
Y hacerlo bien acompañado, con una dosis justa de humor y un poquito de sudor payasil.
Porque descansar también forma parte de la misión, y sí, dignifica.
Y si es sobre un buen sofá… mejor.