La luz que no quiere irse

Quizás es un detalle sin gran importancia, pero a mí me roba el corazón cada vez que sucede. Estábamos en urgencias de Manacor, y una niña de unos tres años jugaba conmigo. De repente, le doy la luz mágica del dedo para hacer trucos. Ella, con esa inocencia pura, la atrapa con la mano, la mira, y la mantiene muy fuerte, sin dejarla escapar. Sigue jugando con total naturalidad, sin soltar la luz. Cuando llega el momento de irse, se va con el puño cerrado, como si fuera un tesoro que no quiere perder.

No sé, me fascina la inocencia y la capacidad de juego de los más pequeños, la forma en que pueden convertir una pequeña luz en un mundo entero, y cómo saben aferrarse a todo aquello que les hace brillar un poco más.

Valentina Ventolina