Entrar en una habitación con aislamiento protector siempre es todo un reto: bata, mascarilla, protección de pies a cabeza. No ves la cara entera, no ves los labios, solo unos ojitos y una nariz roja. Pero a pesar de todo, entras. Te miran. Sigues con el juego.

Aquel día había una niña pequeñita. Estaba muy nerviosa. Pero con la mirada curiosa y abierta. Y tú, a pesar de tener la cara prácticamente tapada (y en el caso de Betadina, casi ni se le veía la cara bajo la mascarilla!), conseguiste crear una conexión. Con ella. Con su familia. Con sus ojos.

Fue entonces cuando empecé a tocar y cantar «Paff, el drac màgic» con el ukelele. La pequeña me miró, atenta. Escuchaba aquella voz que salía de no se sabe muy bien dónde, porque la boca era invisible. Pero no importaba: la música llegaba igualmente.

Y entonces, la magia: los padrinos empezaron a cantar también. Después, la madre, muy emocionada, se sumó. La pequeña empezó a reír. Y todos los nervios desaparecieron, como si el dragón mágico los hubiera llevado mar adentro.

Me llevo este trocito de día en el corazón, porque a pesar de las capas, las barreras y las mascarillas, compartimos un momento real, único, humano. Gracias por dejarme formar parte de este instante.

Betadina Amigdalina